Tras una jornada estupenda en el Abel Tasman el 2 de diciembre, decidimos
aprovechar las horas de sol post-cena para ir hasta Blenheim, en la vinícola
comarca de Marlborough.
Saliendo de Motueka nos para la policía para un control
de alcoholemia. El amable policía, un señor de unos 50 años, me da el aparatito
en cuestión, que en nada se parece al que te da la Guardia Civil en España. Le
busco el “pitorro” para soplar, y al no encontrarlo le pregunto gesticulando
“¿Where can I blow?”, ¿dónde puedo
soplar?, aunque mis indicaciones
admitirían otras acepciones que al policía le debieron hacer mucha gracia, ya
que comienza a partirse el eje de risa…”No, no, just count to ten”, “no, no, sólo cuenta hasta diez”, me dice.
No se me ocurre otra cosa que contar en alto
“One…two…three…”
El policía empieza a llorar de la risa. Se trataba de un
alcoholímetro de aliento, sin boquilla, y llegaba con esperar diez segundos
para que te tomase la medición, ahora la gente se ríe cuando lo comento pero
bueno, en el momento, con los nervios, se me dio por contar en alto.
El policía vio que daba 0.0, así que se despidió de nosotros
entre risas, y tomamos rumbo al este comentando la jugada.
Anochece cuando llegamos a Blenheim, un pueblo grande
rodeado de viñedos. Paramos a dar un paseo y resulta que al día siguiente se
disputa la Maratón de Marlborough, una carrera que atrae a corredores de toda la isla. También hay half maratón
y quarter maratón, la salida es a las 7am, así que como no perdemos mucho
tiempo si corro el cuarto de maratón, decido apuntarme. El recibimiento de los
voluntarios en las inscripciones a un corredor de la otra punta del mundo fue
bastante divertida. Este año además tenían un participante belga, y estaban
todos orgullosos de tener dos europeos corriendo. Nos presentan al director de
la carrera, que insiste para que participe en la maratón, y a Sonia para que
tome parte también…pero no tiene éxito. Tras enredar un rato con la gente de la
carrera, nos vamos a dormir alucinados con la cantidad de anécdotas que nos
acontecieron ese día…
El
despertador suena a las 5.30, desayuno algo rápido y nos vamos a la salida de
la quarter marathon de Marlborough. Los participantes en el marathon y half
marathon ya han salido, y hay muy poca gente en las inmediaciones de la
meta…¡casi todo el pueblo está participando en una u otra carrera! El que no
tiene preparación para correr, camina.
Se da
la salida y paso los 2km iniciales con el trío de cabeza, pero estando en
pretemporada y con el cansancio del viaje, me noto que no tengo piernas y me
quedo rezagado en el km3.
La carrera es un cross de 10,5km completamente llano,
pero salpicado de tramos de tierra, piedras, hierba, puentes…voy perdiendo
alguna posición más y al final hago 8º, 3º en mi grupo de edad. “Manuel Fraghea
from Spain” dice el speaker mientras la gente me mira extrañada.
Recojo
a Sonia, vamos a ducharnos y decidimos dedicar el resto de la mañana a la
actividad más habitual en la zona: la cata de vinos. Las diferentes bodegas
organizan catas de vino gratuitas, tan sólo hay que desplazarse hasta ellas.
Blenheim está lleno de carteles “si vas a catar vinos, usa la bicicleta”. Se
alquilan bicicletas con alforjas para guardar los vinos. Aunque alabamos las
intenciones de las autoridades para que la gente no conduzca bajo los efectos
del alcohol, creemos que debemos apartarnos cada vez que veamos una bicicleta
con alforjas…¡menudo peligro!
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Foto de http://www.winetoursbybike.co.nz/ |
Nuestra
elección es la bodega Lawson's Dry Hills donde probamos 8 vinos y al final compramos tres botellas: un pinot noir y dos botellas de un riesling afrutado que, aunque no somos muy de vino blanco, estaba muy rico. El dueño de la
bodega estuvo más pendiente de unos ingleses pijos que de nosotros, con nuestra
ropas de montaña, pero al final los ingleses se fueron sin comprar nada y
empezó a hacernos más caso. Resulta que había estado en España y Portugal y
conocía los Ribera y los vinos portugueses del Douro y Alentejo. Mientras yo
apenas probaba las catas, Sonia se bajaba las copas, así que cuando salimos de
allí a las 12 de la mañana, agradeció no tener que coger una bici…
Por la
tarde nos acercamos a Picton y adelantamos el viaje en ferry a Wellington, en
la isla norte. Para el día siguiente daban un tiempo espantoso, y era mejor
cruzar ese mismo día para poder disfrutar las vistas. El paso en ferry es cómodo, te pones en una cola de coches,
entras en el barco y aparcas la caravana donde te dicen. Subes a la parte de
arriba, y disfrutas del viaje.
Llegamos a Wellington a las 22h, con todos los
campings cerrados, así que nos fuimos a dormir a una playa cercana.
Wellington desde el ferry |