martes, 6 de noviembre de 2012

Parte VIII: 30 de noviembre - Franz Joseph Glacier y la Costa Oeste

Se nos pegan las sábanas y apenas nos da tiempo a recoger todo y desayunar antes de presentarnos en el centro de guías para la excursión al glaciar. Afortunadamente la gente no hace gala de puntualidad británica y aún tenemos que esperar un rato a que los compañeros de excursión se calcen botas alquiladas adecuadas para la ocasión. Nosotros ya vamos bastante bien equipados, así que sólo cogemos unos crampones bastante usadillos, y nos subimos al autobús.

Vamos en un grupo de unas 30 personas y nuestro guía es un chico de origen oriental con pocas ganas de hablar que camina a buen ritmo. La aproximación al Glaciar sirve para calentar las piernas y ver el desolador efecto del calentamiento gobal. Donde hace apenas unas décadas bajaban lenguas de hielo, ahora sólo bajan torrentes de agua entre las morrenas. 


Antes de llegar, nos dividen en tres grupos, en función del ritmo al que queramos ir. Nos quedamos en el grupo intermedio, y nuestro nuevo guía es un chico rubio, con bigote preconstitucional, que apenas vocaliza y habla como una locomotora. Eso sí, parece muy majete. Enseguida calzamos crampones y, para mi decepción, no ascendemos mucho, sino que nos dan un paseo por una especie de museo al aire libre, con las típicas atracciones para turistas de "métase usted por ese agujero de hielo", "crucemos por aquí con mil ojos que es muy peligroso" o "el guía talla unos escalones de hielo por los que emprendemos el descenso". Bueno, al menos a Sonia le gustó. Salieron 4h 30m de ruta.



El Franz Joseph Glacier está situado en el centro geográfico de la isla, pero en uno de los lugares más deshabitados de Nueva Zelanda, que ya es decir. Por tanto, con las inmensas distancias que separan los puntos calientes de la isla suele ser un lugar en el que hacer noche y visitar el glaciar. Desde luego, si no fuese por su ubicación, yo no recomendaría su visita.


Partimos sin demorarnos mucho, y retomamos la Highway 6 dirección norte. Tras dos horas de conducción llegamos a Hokitika, y paramos a ver el pueblo y hacer la compra. Hokitika vivió su época de auge con la fiebre del oro, pero ahora es un pueblo con poco interés que vive del turismo de paso y es famoso por su orfebrería de jade. Entramos en alguna tienda pero a Sonia no le gustó mucho lo que veía y no compramos recuerdo alguno. Eso sí, en el supermercado encontré uno de las joyas mejor guardadas de Nueva Zelanda: su helado de boysenberry y vainilla o en su defecto tarta de queso. Madre mía que bueno está. Las boysenberry son una especie de moras...y dudo que haya probado un helado más rico en mi vida. Hay de varias marcas, el Tip Top está bueno....pero no tanto como este: 






Proseguimos el viaje y al pasar Greymouth encontramos una de esas maravillosas sorpresas que te depara Nueva Zelanda a cada esquina. Fabulosos paisajes de playa y vegetación se suceden en esta costa oeste que baña el mar de Tasmania.





Hacemos más paradas de las previstas para sacar fotos y cuando llegamos a Punakaiki está atardeciendo. Las Pancake Rocks son una especie de Playa de las Catedrales en versión kiwi, pero con el añadido de que cuando sube la marea, el agua sale a presión por unos tubos naturales de roca a modo de geiser. Desgraciadamente la marea está bastante baja, pero la luz de un precioso atardecer nos permite sacar otro par de buenas fotos.




Anochece cuando llegamos a Westport, donde repostamos y buscamos camping para la caravana. La playa es preciosa, pero está plagada de mosquitos, así que nos retiramos pronto tras una nueva ración de helado de boysenberry.

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