jueves, 15 de noviembre de 2012

Parte X: 2 de diciembre - Abel Tasman NP


El Abel Tasman NP, primer territorio de NZ en recibir la calificación de parque nacional, es un destino turístico de primer orden. Sus playas paradisíacas y su red de senderos son un gran atractivo para cualquier viajero. Sin embargo, la protección del medio natural es muy efectiva. Por un lado, no se permiten apenas nuevas construcciones en los límites del parque, y por otro, el acceso al mismo ha de hacerse mediante barco, kayak o a pie, ya que no hay carreteras asfaltadas ni se permite el acceso de vehículos terrestres a motor.

Todo esto permite que las playas conserven su aspecto virgen y paradisíaco. La verdad es que da envidia imaginar lo que podría haber sido gran parte de la costa española y lo que es en la actualidad.




Cometimos el error de dedicar un solo día a la exploración del parque, porque si la meteorología acompaña, el Abel Tasman es un lugar ideal para tomarse un descanso en el viaje y dedicarle 2 o 3 días al disfrute de sus playas.


Para aprovechar al máximo  el tiempo disponible contratamos un paquete de kayak con guía por la mañana y paseo en barco y trekking por la tarde. 

La sesión de kayak fue todo un acierto. Sonia siempre había sido muy reticente a los deportes acuáticos, pero el kayak de dos plazas le gustó un montón, y se le da muy bien, de hecho repetiríamos en Coromandel. Tuvimos una guía muy maja, que después de darnos unas clases teóricas de cómo manejar el kayak de travesía con timón, nos hizo un pequeño recorrido por la costa contándonos muchas cosas interesantes sobre Abel Tasman, el parque y NZ en general. Al ser los que mejor entendíamos el inglés del grupo, la verdad es que interactuamos bastante con ella. Los otros cinco eran cuatro holandeses y un alemán que entendían mejor el español que el inglés, ya que veraneaban en Mallorca.



Remamos hasta una curiosa piedra, partida por la mitad en una caprichosa figura, que daba pie a varias leyendas maoríes. Una historia que nos pareció especialmente interesante fue la que nos contó la guía sobre el incidente que había tenido Abel Tasman con los aborígenes cuando llegó por primera vez a Nueva Zelanda en 1642.  Al parecer, el descubridor neerlandés acudió al encuentro de unos emisarios maoríes, que soplaron una caracola para a continuación ofrecérsela a él. Tasman se imaginó que era algún ritual de saludo y también sopló de la caracola, lo que significaba “guerra” para los aborígenes, que no dudaron en atacarles y mataron a algunos de los acompañantes del holandés. En internet he encontrado versiones menos infantiles de la leyenda, pero en cualquier caso Tasman huyó de la isla, y cambió el destino de NZ, que acabaría siendo colonia inglesa en vez de neerlandesa con la llegada de James Cook en 1769.

El regreso fue un poco inquietante, ya que se levantó oleaje, y una de las parejas se quedaba rezagada continuamente, pero al final llegamos al punto de partida sin mayor problema.

Por la tarde llegó uno de los momentazos del viaje. Nos subimos a un barco-taxi que hacía varias paradas en diversas playas. En teoría debíamos bajarnos en un punto, caminar hora y media deshaciendo el camino recorrido en barco, y ser recogidos nuevamente por el taxi. Sin embargo, entre que íbamos despistados, y que el alemán del kayak se bajó en la primera playa, desembarcamos detrás de él para comprobar que estábamos en la playa equivocada cuando el barco ya había zarpado. Mientras él decidió volver a pie al coche, caminando cerca de tres horas, nosotros decidimos avanzar hasta el punto de encuentro…el taxi nos recogería en 2h 45m, y mis cálculos es que si todo iba bien tardaríamos 2h15m. 




Mis cálculos incluían atravesar por una especie de vado una marisma que en teoría cubría por los tobillos. Cuando llegamos a ella, una australiana nos informa de que la marea está subiendo rápidamente, y que pronto no se hará pie…¡y nosotros con las mochilas! Sin pensarlo ni un momento le digo a Sonia que se quite todo salvo el bañador, cojo toda la ropa y las mochilas y echo a correr en dirección al otro lado. Cada vez el nivel del agua cubre más, y cuando llego a un punto a 20 metros de la orilla tengo que poner las mochilas en la cabeza, las zapatillas encima e incluso levantar la cara para poder seguir respirando…paso por los pelos…pero se me caen las gafas de sol de Sonia en el medio del agua. Sonia viene por detrás y ya tiene que atravesar nadando…yo dejo todo en la arena, me doy la vuelta y me pongo a bucear una  y otra vez, pero no encuentro las gafas. Al final acabamos empapados, pero salvamos la documentación, el dinero y el calzado, así que sin más pérdida que la de las gafas, proseguimos nuestra caminata hasta la playa-parada de taxi-barco.


Vista atrás hacia el vado, con el tramo final de la mojadura
 
Al llegar al punto de recogida del barco, aún tenemos tiempo de darnos un baño en el océano. Cuando llegan los holandeses se quedan perplejos y nos preguntan extrañados de dónde venimos. Les contamos lo que nos ha pasado y aún se quedan más alucinados.

 Tras volver a la caravana al atardecer, aún nos quedaban otro par de anécdotas antes de acabar el día…que quedarán para la entrada siguiente.

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