El Abel Tasman NP, primer territorio de NZ en recibir la
calificación de parque nacional, es un destino turístico de primer orden. Sus
playas paradisíacas y su red de senderos son un gran atractivo para cualquier viajero.
Sin embargo, la protección del medio natural es muy efectiva. Por un lado, no
se permiten apenas nuevas construcciones en los límites del parque, y por
otro, el acceso al mismo ha de hacerse mediante barco, kayak o a pie, ya que no
hay carreteras asfaltadas ni se permite el acceso de vehículos terrestres a
motor.
Todo esto permite que las playas
conserven su aspecto virgen y paradisíaco. La verdad es que da envidia imaginar
lo que podría haber sido gran parte de la costa española y lo que es en la
actualidad.
Cometimos el error de dedicar un
solo día a la exploración del parque, porque si la meteorología acompaña, el
Abel Tasman es un lugar ideal para tomarse un descanso en el viaje y dedicarle
2 o 3 días al disfrute de sus playas.
Para aprovechar al máximo el tiempo disponible contratamos un paquete
de kayak con guía por la mañana y paseo en barco y trekking por la tarde.
La sesión de kayak fue todo un
acierto. Sonia siempre había sido muy reticente a los deportes acuáticos, pero
el kayak de dos plazas le gustó un montón, y se le da muy bien, de hecho
repetiríamos en Coromandel. Tuvimos una guía muy maja, que después de darnos
unas clases teóricas de cómo manejar el kayak de travesía con timón, nos hizo
un pequeño recorrido por la costa contándonos muchas cosas interesantes sobre
Abel Tasman, el parque y NZ en general. Al ser los que mejor entendíamos el
inglés del grupo, la verdad es que interactuamos bastante con ella. Los otros
cinco eran cuatro holandeses y un alemán que entendían mejor el español que el
inglés, ya que veraneaban en Mallorca.
Remamos hasta una curiosa piedra,
partida por la mitad en una caprichosa figura, que daba pie a varias leyendas
maoríes. Una historia que nos pareció especialmente interesante fue la que nos
contó la guía sobre el incidente que había tenido Abel Tasman con los
aborígenes cuando llegó por primera vez a Nueva Zelanda en 1642. Al parecer, el descubridor neerlandés acudió al
encuentro de unos emisarios maoríes, que soplaron una caracola para a
continuación ofrecérsela a él. Tasman se imaginó que era algún ritual de saludo
y también sopló de la caracola, lo que significaba “guerra” para los
aborígenes, que no dudaron en atacarles y mataron a algunos de los acompañantes
del holandés. En internet he encontrado versiones menos infantiles de la leyenda, pero en cualquier caso Tasman huyó de la isla, y cambió el destino de NZ, que acabaría
siendo colonia inglesa en vez de neerlandesa con la llegada de James Cook en 1769.
El regreso fue un poco
inquietante, ya que se levantó oleaje, y una de las parejas se
quedaba rezagada continuamente, pero al final llegamos al punto de partida sin
mayor problema.
Por la tarde llegó uno de los momentazos
del viaje. Nos subimos a un barco-taxi que hacía varias paradas en diversas
playas. En teoría debíamos bajarnos en un punto, caminar hora y media
deshaciendo el camino recorrido en barco, y ser recogidos nuevamente por el
taxi. Sin embargo, entre que íbamos despistados, y que el alemán del kayak se
bajó en la primera playa, desembarcamos detrás de él para comprobar que
estábamos en la playa equivocada cuando el barco ya había zarpado. Mientras él
decidió volver a pie al coche, caminando cerca de tres horas, nosotros
decidimos avanzar hasta el punto de encuentro…el taxi nos recogería en 2h 45m,
y mis cálculos es que si todo iba bien tardaríamos 2h15m.
Mis cálculos incluían atravesar
por una especie de vado una marisma que en teoría cubría por los tobillos.
Cuando llegamos a ella, una australiana nos informa de que la marea está
subiendo rápidamente, y que pronto no se hará pie…¡y nosotros con las mochilas!
Sin pensarlo ni un momento le digo a Sonia que se quite todo salvo el bañador,
cojo toda la ropa y las mochilas y echo a correr en dirección al otro lado.
Cada vez el nivel del agua cubre más, y cuando llego a un punto a 20 metros de
la orilla tengo que poner las mochilas en la cabeza, las zapatillas encima e
incluso levantar la cara para poder seguir respirando…paso por los pelos…pero
se me caen las gafas de sol de Sonia en el medio del agua. Sonia viene por
detrás y ya tiene que atravesar nadando…yo dejo todo en la arena, me doy la
vuelta y me pongo a bucear una y otra
vez, pero no encuentro las gafas. Al final acabamos empapados, pero salvamos la
documentación, el dinero y el calzado, así que sin más pérdida que la de las
gafas, proseguimos nuestra caminata hasta la playa-parada de taxi-barco.
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Vista atrás hacia el vado, con el tramo final de la mojadura |
Al llegar al punto de recogida
del barco, aún tenemos tiempo de darnos un baño en el océano. Cuando llegan los
holandeses se quedan perplejos y nos preguntan extrañados de dónde venimos. Les
contamos lo que nos ha pasado y aún se quedan más alucinados.
Tras volver a la caravana al atardecer, aún nos
quedaban otro par de anécdotas antes de acabar el día…que quedarán para la entrada siguiente.
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