domingo, 18 de diciembre de 2011

Parte I: 20 y 21 de noviembre - Viaje

Para viajar a la otra punta del mundo no queda más remedio que pasarse unas 24 horas metido en un avión. Nuestro itinetario fue Santiago - Barcelona con Spanair, Barcelona - Singapore y Singapore - Christchurch, ambos vuelos con Singapore Airlines.

Partimos de Santiago a las 14:05h y sin retraso llegamos a las 15:35h a Barcelona. Allí había dos horas de escala, periodo durante el cual la lié parda al perder el pasaporte una vez superado el control de la policía. Tras 20 minutos de pánico y amenazas de divorcio, al final apareció entre el forro del abrigo y el gore tex...lo bueno es que ya hubo tema de conversación para sobrevivir a las 13h largas que duró el vuelo a Singapore.

El personal de abordo de Singapore airlines es sin duda el mejor que nos hemos encontrado nunca. Una atención estupenda que se agradece en viajes tan largos. La comida no es para tirar cohetes: cenamos pescado congelado, carne de cerdo muy pasada y desayunamos noodles picantes. Al menos servían un merlot francés que se dejaba beber bastante bien. Los pasillos son estrechos y no invitan a pasear, así que al final pasamos la mayor parte del tiempo con la pantalla individual interactiva, viendo películas, algún episodio de The Big Bang Theory y jugando al ajedrez. Una pena que el ordenador sólo jugase con negras, y siempre la defensa Alekhine...pero bueno, peor sería pasarse la noche jugando al Tetris.

Llegamos a Singapore con 45 minutos de retraso, lo cual nos impidió por escasos 9 minutos participar en uno de los city tours que ofrece gratuitamente el aeropuerto de Changi...eso sí nos fastidió bastante porque eran 6 horas de escala y nos hubiese encantado ver la ciudad. Tras rastrear todas las tiendas y no encontrar nada que mececiese la pena, por fin embarcamos en el siguiente vuelo. En teoría eran 10 horas más de avión, pero llegamos en 9, no sé si por el fuerte viento de cola o porque los pilotos tenían prisa, pero apenas pasaban de las 9:00am del 22 de noviembre cuando tomábamos tierra en el pequeño aeropuerto de Christchurch.

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